29 de marzo de 2024

Críticas: Godzilla vs. Kong

El sueño de todo niño.

La batalla definitiva entre los dos monstruos más famosos de la gran pantalla es el «¡Hemos venido a emborracharnos y el resultado nos da igual!» del cine. Del cine entendido como el gran espectáculo de masas, algo que llevamos un año sin vivir demasiado. Ojalá este gran estreno sirva para volver a ver las salas llenas (al 50% de su capacidad). La cuestión, ese habitual grito de guerra en una noche festiva con mucho alcohol de por medio, es la perfecta definición para abordar las expectativas y el resultado de Godzilla vs. Kong: lo importante es ver estas dos mastodónticas criaturas peleándose entre sí, como su propio título indica; el resto, el envoltorio argumental, tanto da.

De hecho, este envoltorio es suficientemente satisfactorio. La historia de la película tiene una doble trama con humanos. La primera, protagonizada por una niña amiga de Kong, su madre y un científico fascinado por la posibilidad de la existencia de un oasis en el núcleo de la Tierra, es interesante y aporta los ingredientes necesarios para contar algo sustancial alrededor del combate del siglo. Junto a los villanos, un multimillonario ambicioso y problemático, emprenden la batalla real: la naturaleza contra la humanidad, la realidad palpable y científica terrestre contra la soberbia de la especie humana y su capacidad destructora. En cambio, la trama protagonizada por Millie Bobby Brown (personaje principal ya en la horrorosa predecesora Godzilla: Rey de los monstruos) está repleta de incoherencias, saltos de fe y decisiones de guion cuanto menos patrañeras.

Afortunadamente, Godzilla vs. Kong recupera el espíritu lúdico y festivo de la notable Kong: La isla calavera y su acercamiento a Godzilla es más similar al filme de 2014 de Gareth Edwards que a la nefasta secuela anteriormente citada. Los dos asaltos entre los titanes son espectaculares, la culminación del sueño de todo niño que juega a la destrucción de ciudades y a las luchas entre personajes. Solo por esas dos escenas más la última secuencia, ya merece la pena vivir la experiencia de este blockbuster en una sala de cine, con la pantalla más grande posible, el sonido a tope y la disponibilidad de pasárselo en grande sin preocuparse del resto de aspectos ni ese guion tan fallido en algunos momentos.

De hecho, en la peor trama de la película, al menos, hay un humor autoconsciente que juega muy a su favor gracias a la participación del siempre inefable Brian Tryee Henry. Un personaje divertidísimo, un conspiranoico de armas tomar con un pódcast sobre las mentiras de las grandes corporaciones y gobiernos. Quizás este personaje sea una metáfora del espectador: es engañado, aunque uno no quiera, pero disfruta de este mastodóntico espectáculo. Godzilla vs. Kong es la enésima constatación de la batalla entre naturaleza y humanidad, no respectivamente. De hecho, este planteamiento se ejecuta en otro términos de buenos y villanos en el filme que no desvelaremos. La lucha más vieja de la historia de la humanidad que, actualmente, cambio climático mediante, quizás entre en su inevitable asalto final. Este blockbuster, ajeno a las dobles lecturas, tampoco viene abordar esta cuestión, pero sí advierte de la poderosa fuerza de la naturaleza por encima de los logros científicos de los humanos.

Godzilla vs. Kong es el divertimento sin pretensiones y entretenidísimo que uno espera ver y encuentra. Disfrutarlo en su máxima esplendor es cuestión de cada uno. Ni estamos ante un brillante blockbuster ni ante un producto fallido o desastroso de un estudio de Hollywood. Para lo bueno y para lo malo es la película esperada. Y es un pasote.

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