20 de abril de 2024

Críticas: Nomadland

La geografía estética de Nomadland.

No puedo evitar, en mi vertiente de crítico de cine, realizador venido a menos y esteta de tercera, dedicar especial atención a las formas audiovisuales de un filme a la hora de encarar su análisis. Una perspectiva que considero más necesaria que nunca, en tanto el discurso formal es lo que a menudo diferencia a las grandes películas y cada vez se olvida más a la hora de aproximar la conversación o reflexión de los filmes. En el caso del título que nos ocupa en este artículo, llamado a ser uno de los productos culturales más mediáticamente relevantes de las próximas semanas, es especialmente pertinente. Pues si bien hablamos de un trabajo harto logrado, meritorio y sin duda recomendable, es en sus elecciones de puesta en escena dónde podemos encontrar nuestras mayores reservas, y el aspecto del filme en el que seguramente menos se pondrá el foco en los medios de comunicación. Hubiera tenido o no este recibimiento y aplauso, es innegable que esta Nomadland de Chloé Zhao es una buena y muy interesante película. Pero en la que sus formas no siempre casan armónicamente con su fondo.

El elemento más atractivo de Nomadland es su valor cultural, su capacidad de suscitar un debate social. Su acierto y sensibilidad a la hora de retratar a una comunidad, a una cultura, de captar en película una forma de vida. Una perspectiva narrativa que mira a la rutina y actividad de este grupo humano de condiciones económicas precarias no como un lacerante calvario autocompasivo y sórdido, o lacrimosa tragedia de reparación personal, sino como una filosofía vital con la que también se puede ser feliz. Los nómadas y ciudadanos a la deriva de la película abrazan sus hábitos vitales y aceptan con estoicismo y actitud optimista lo que el destino les pueda deparar. El filme encuentra en la decisión de recurrir a nómadas reales una de sus mayores fortalezas, y la realza apoyándose en una excelsa interpretación central de Frances McDormand. Su cuerpo habita en prácticamente todos los planos, y logra transmitir con intensidad arrolladora el mundo interno de su personaje sin aparentes esfuerzos, a partir de su natural gestualidad y su plácido carácter.

Frances McDormand y los amigos y vecinos puntuales con los que interactúa durante su camina son los ciudadanos de un espacio propio, no tan habitual en la gran pantalla de lo que llevamos de siglo: la América vaciada, la vasta desolación de los parajes naturales despojados prácticamente de vida, inhóspitos y a su vez fascinantes. La película construye a partir de este escenario su geografía propia, y se afana plásticamente para ello. Luce con brillo propio la deliciosa fotografía de Joshua James Richards, que capta las líneas de horizonte del salvaje entorno americano con una riqueza cromática que sin duda le reportará casi todos los premios a los que se enfrente. La inmersiva realización de Zhao también juega un papel clave en este sentido, siguiendo de cerca a los personajes con cámara digital en movimiento, contribuyendo a cimentar un tono naturalista más que logrado. Un costumbrismo algo cercano al documental que va acompañado a una hondura emocional y una solemnidad cinematográfica que vuela más allá de circunstancias argumentales, como prueban numerosas secuencias.

Este tono y engranaje visual es sin duda el aspecto problemático al que aludía al principio de este texto. Es un trabajo preciosista, sin duda, pero también ensimismado en su propio preciosismo, el cual busca en ocasiones más por su disfrute en sí mismo que por su conveniencia como herramienta al servicio de la narración. El aspecto más torpe de este vicio se refleja en su uso de melodías de Ludovico Einaudi, que recalca una cursilería que el filme no necesitaba y sobre-enfatiza para el espectador la intención emocional de sus escenas. Es una manifestación sonora de una flaqueza general del filme: su necesidad de subrayar y reiterar temas y mensajes que podemos captar de manera mucho más implícita, como prueban muchos de sus diálogos.

El foco mediático tan masivo que aportan los premios americanos, una losa de escrutinio que los filmes realmente no merecen, provocará que se maximicen todas las inconveniencias que un filme pueda tener. Sin embargo, esto no debe hacernos perder el foco último, que es el de disfrutar de las grandes películas. Y Nomadland, con sus luces y sombras, lo es.

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