25 de abril de 2024

Críticas: Raya y el último dragón

Una aventura en busca de la reconciliación nacional.

Aventura a raudales, secundarios divertidísimos, un cargamento de magia y una princesa protagonista, en este caso, más heroína que nunca. Los ingredientes del cóctel de todo clásico Disney que se precie. Aunque Raya y el último dragón no tenga ninguna canción en su desarrollo, el ADN de clásico animado del estudio está presente en todo momento en la historia, el humor y la eterna lucha entre el bien y el mal. Manteniendo las bases, en su eje central hay un cambio radical: la princesa ahora es una guerrera, la ausencia de canciones aporta el doble de aventuras y set pieces de acción. No hay ningún interés amoroso. La película de Disney más hija de la época actual hasta la fecha y que continua la estela marcada por Frozen y Vaiana (Moana) en cierto sentido.

Kumandra es el nuevo reino imaginario, inspirado en los países del sudeste asiático, cuyos habitantes entran en disputa para ser los valedores de la piedra que alberga el poder de los dragones milenarios. El resultado es una fractura en cinco territorios distintos (y cinco trozos de piedra) y la pérdida de la concordia entre los pueblos. El fragmentado reino además es ahora amenazado por los Druun, unas fantasmagóricas criaturas que convierten en piedra a todo humano al que tocan. El viaje iniciático de Raya, como toda heroína que se preste, es recuperar las cinco partes de la piedra y recomponer la paz en el reino, ahora convertido en la viva imagen de un mundo post apocalíptico al estilo de Mad Max: Furia en la carretera.

Una de las señas de identidad más notorias de las cintas de animación de Disney son los secundarios. En Raya y el último dragón hay una galería estupenda: uno por cada nueva porción de Kumandra: Boun, un niño cocinero, Tong, un grandullón bonachón, la pequeña Noi, una bebé acompañada por tres mandriles, y la estrella de la función, Sisu, la última dragón con vida. La auténtica robaescenas de la película y, en buena medida, por la estupenda interpretación vocal de Awkwafina y ostentar los mejores gags. No obstante, la estrella es Raya, una protagonista con carisma, con un arco evolutivo (a modo de coming-of-age) muy interesante y fuerza icónica poderosa al estilo de Rey en la última trilogía de Star Wars.

Esta meta final de encontrar las cinco piedras termina resultando una losa en el desarrollo central de la historia, ya que la estructura resulta demasiado reiterativa, como si en un videojuego pasaras cuatro pantallas muy similares con diferencias mínimas. Eso sí, el entretenimiento se mantiene intacto, gracias a unas escenas de acción deslumbrantes y un notable humor. El guion, que ha pasado por ocho manos distintas, se sustenta bajo el esquema propio de este tipo de historias sin demasiado relumbrón. La cinta alza el vuelo cuando se erige como una oda a la reconciliación nacional frente a la fractura social debido al desencuentro entre sus habitantes y como una elogiosa defensa del trabajo en equipo y la confianza para alcanzar las metas vitales y como vehículo de progreso de todos.

Desde 2016 con la fantástica y superior Vaiana (Moana), Disney no estrenaba una película de animación original (las últimas fueron secuelas de ¡Rompe Ralph! y Frozen) y finalmente sí la estrenan en salas. Tras muchos estrenos pospuestos y un par estrenados directamente en Disney +, Raya y el último dragón llega a las salas de cine, aunque de forma paralela también en la citada plataforma. Aprovechad a disfrutar la magia del estudio de Mickey Mouse en su hábitat natural. No es uno de los clásicos modernos más redondos, pero es una entretenidísima aventura que se enmarca sabiamente en las nuevas corrientes de la cultura popular y en el ADN de la fórmula de éxito Disney.

Por cierto, la excelencia llega antes, en el cortometraje previo. Nosotros de nuevo (Us Again) es una absoluta maravilla sustentada en un matrimonio anciano que redescubre el sentido de vivir. Él vive anclado en la rutina, postrado depresivo en su butacón, y ella añora la felicidad de antaño e intenta arrastrar a su esposo hacia la luz. El agua de la lluvia emerge como energía renovadora y los dos recobran la ilusión bailando bajo la lluvia. Una delicia que se sitúa como uno de los mejores cortos del estudio en este siglo.

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