28 de marzo de 2024

Críticas: Crock of Gold: Bebiendo con Shane MacGowan

La importancia de las decisiones gráficas.

En todo texto o opinión que consulten de este crítico siempre percibirán que le doy una suma importancia a la presentación formal, al acabado visual, de toda obra fílmica que me propongo a analizar. Quizás algunos lectores pensarán que es un error de la crítica darle tanta importancia a la fachada, dejarnos engatusar por las galas con la que los filmes se exhiben. Tal vez sea un vicio, en el caso del que escribe estas líneas, de ver los filmes desde el prisma de la realización audiovisual, marcado por mi perfil técnico de formación. Sin embargo, difícilmente podemos considerar una casualidad que la gran mayoría de grandes obras de la Historia del Cine presenten una forma intachable. Y en lo que al cine documental se refiere, en el que el tema es el foco pero a su vez es fácil que un documental sea valorado por el interés intrínseco de su tema de estudio, es determinante su caligrafía audiovisual para cimentar su valor cinematográfico. Y sobre esta disyuntiva voy a construir mi reflexión alrededor del documental musical que acaba de estrenarse, que recibió el Premio Especial del Jurado y todo tipo de loas en el pasado Festival de San Sebastián: Crock of gold, bebiendo con Shane McGowan, sobre la icónica figura del cantante de The Pogues. Un largometraje lleno de aciertos narrativos y emocionales, pero con una serie de decisiones erradas con respecto a su puesta en escena.

Es Crock of gold un filme sumamente eficaz, minucioso y completo a nivel textual y con un desarrollo atmosférico muy convincente. Un viaje alegre y vitalista, una celebración de la música y la identidad celta, que conformaría una buena doble sesión con Otra ronda. Una narración muy rica en su recorrido histórico, y muy certera al destacar la importancia que el contexto político beligerante entre Irlanda y el Reino Unido jugó en la trayectoria personal y profesional de McGowan. Y aún siendo un filme eminentemente musical, queda claro desde el inicio que no es un trabajo sobre The Pogues, sino sobre McGowan y su peculiar figura. Un entrañable antihéroe de marcado carisma al que la vida ha arrollado siempre sin piedad, si bien ha conseguido mantener siempre la sonrisa pese a su precario estado de salud. Pues si hay un ingrediente fundamental en la identidad y recorrido de McGowan, y así lo presenta el documental con lujo de detalles, es su irrefrenable adicción al alcohol, el cual consume permanentemente. Es razonable afirmar que el éxito cultural, social y musical de The pogues no habría sido el mismo de no ser por la influencia del alcohol, que inspira, enajena y activa la diversión de estos músicos. Esta filosofía y rasgo identitario puebla cada secuencia y conversación de este documental, y lo hacen uno de sus mayores aciertos. Una historia chispeante y conmemorativa, eso sí, algo complaciente, que dedica sus minutos finales a enaltecer y blanquear levemente a una figura imperfecta pero llena de aura y esencia, que sin duda se defiende por sí sola y apenas precisa de defensa o campaña alguna.

Como buen documental biográfico de amplio recorrido histórico, la presencia de material de archivo es cuantiosa. Múltiples entrevistas, grabaciones de conciertos y demás material audiovisual de las últimas décadas. Y a la hora de presentarlas se recurre a diferentes estrategias para encuadrarlas en televisores o demás monitores usando diferentes filtros. A tenor de estas decisiones tenemos imágenes visualmente modestas, cuando no directamente feas u ordinarias. Y a su vez, también encontramos en el filme algunas recreaciones, a través de pasajes animados o secuencias con disfraces y pantallas verdes. Esta necesidad de subrayar visualmente expresiones o anécdotas con recursos tan pueriles resulta de una zafiedad pasmosa. Unos recursos más propios de un sobrino espabilado con habilidad manejando algún programa de edición digital que de un veterano realizador con oficio y experiencia.

Debo por tanto contrarrestar el entusiasmo general hacia una película que, no me malinterpreten, es un trabajo sumamente interesante. Pero a su vez, y creo que esto es trascendental, mucho más valioso a nivel cultural o social que cinematográfico, en el que podemos recordar tantos documentales que han dado mucho más.

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