27 de abril de 2024

Críticas: Earwig y la bruja

Buscando el camino.

Studio Ghibli anunció que dejaba de producir películas en 2014 tras el testamento fílmico de sus dos máximos responsables: Hayao Miyazaki (El viento se levanta) e Isao Takahata (El cuento de la princesa Kaguya). En este lapso de tiempo parte del equipo de animadores ha fundado Studio Ponoc, paraguas bajo el que ya han estrenado la notable Mary y la flor de bruja, y hemos tenido que lamentar la muerte de Takahata. Ahora Ghibli ha entrado en un proceso de encontrar su camino y, por el momento, parece haber sido el de sucumbir a la animación digital, como Disney, DreamWorks o Sony Animation y abandonar su apuesta a contracorriente de mantenerse en la producción de animación tradicional. ¿Pérdida de la esencia? Así es.

Earwig y la bruja es el tercer largometraje de Goro Miyazaki, tras Cuentos de terramar y La colina de las amapolas, dos títulos mucho menos relevantes que el resto de catálogo del estudio nipón. El hijo de Hayao vuelve a tomar las riendas de un proyecto con una historia con ADN cien por cien Ghibli, pero sin el brío, ni alma ni emoción de Nicky, la aprendiz de bruja o El recuerdo de Marnie, por citar dos obras poco mencionadas entre la crítica y con similitudes argumentales a la presente película. A saber: una niña huérfana es adoptada por un misterioso matrimonio que vive en una casa repleta de magia. Pinceladas de drama, toneladas de humor y lo fantástico vertebrando el relato principal.

Si la animación en 3D es mucho más moderna que el resto del catálogo de Ghibli, el argumento y desarrollo de Earwig y la bruja es mucho más primitivo y básico que todo el corpus fílmico previo. La narración se bifurca en dos tramas que parecen desconectadas en todo momento y nunca terminan de convergir en un punto para permitir ahondar en sus personajes ni lograr una mínima emoción en el espectador. Por un lado, la trama más divertida y lúdica con la protagonista descubriendo su nuevo hogar, compinchándose con su madre adoptiva (una bruja malhumorada) y un gato parlanchín. Aquí hay destellos de buen humor y sobre todo dosis de diversión para toda la familia. Por otro lado, está la trama más interesante y por la que se pasa más de puntillas: la mujer que abandonó a su hija en un orfanato, el paulatino descubrimiento de Earwig sobre sus orígenes y la esperada resolución del conflicto maternofilial.

En este sentido, Earwig y la bruja es un coitus interruptus. La película parece más un primer episodio de una anime televisivo, presentando el universo fantástico y los personajes protagonistas, que una películas con toda la robustez y estructura que hubiese sido pertinente. Las peripecias de Earwig son el único pilar bien sustentado en un filme sin alma ni emoción alguna. Para cuando Goro Miyazaki parece que va a querer contar alguna cosa especialmente remarcable y emocionante, los créditos finales aparecen. «Sin emoción». Jamás pensé que una película de Studio Ghibli podría definirse con esta expresión, pero así es.

Earwig y la bruja es el camino equivocado para el estudio de animación que tantas alegrías y obras maestras nos ha brindado a lo largo de tres décadas. El particular camino que emprende Earwig es una historia cien por cien acorde con la obra previa de Ghibli, pero su desarrollo, su animación y su ejecución distan mucho. Finalmente solo queda una correcta película para el público familiar. Ni más ni menos.

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