Dos Perlas y la mano de Dios en el 69SSIFF.
El fervor por el fútbol y el amor por el cine. Las dos pasiones que definen la adolescencia de Paolo Sorrentino, un seguidor del Napoli (y deseoso de la llegada de Maradona) como la inmensa mayoría de los napolitanos, y un incipiente cinéfilo empedernido que descubre su vocación a través de la pantalla. El director de La gran belleza ha presentado este año en Venecia (donde se alzó con el Gran Premio del Jurado) y en San Sebastián Fue la mano de Dios, su película más personal hasta la fecha. Un drama autobiográfico, a medio camino entre la comedia all’italiana y la nostalgia que embadurna todas y cada una de las escenas del filme. Si bien es cierto que es su película menos manierista e impoluta formalmente, también lo es que su ADN fílmico está presente en todo momento. Y también que es una de las mejores de su -casi- impecable filmografía.
La película es puro Sorrentino. Sobre todo su primera mitad, cuando eminentemente es una comedia familiar grotesca, repleta de una gloriosa galería de secundarios. Un verano catártico al que se le puede acuñar aquello de «una película en la que te quedarías a vivir». La segunda parte vira hacia el drama más introspectivo y pivota alrededor del desazón de Fabietto Schisa, el alter ego de Sorrentino, un viaje a la adolescencia en el que cristaliza el sentimiento de pérdida ante lo mundano, lo dramático y lo incierto. Ese momento vital en el que uno no sabe demasiado bien qué hacer y mucho menos hacía donde ir. ¿Cuál será el porvenir? La incertidumbre lo asola absolutamente todo. Filippo Scotti, en su primer gran papel protagonista, se catapulta como una de las revelaciones del año, su interpretación refleja todo este amalgama de emociones. Fue la mano de Dios tiene algunas de las escenas más arrebatadoras del año, nostalgia y tragedia se funden en un coming-of-age personalísimo. Una de las películas del año.
En la Sección Perlak se ha presentado el nuevo trabajo como director de Louis Garrel, quien con su anterior película, Un hombre fiel, compitió por la Concha de Oro. Un pequeño plan… cómo salvar el planeta no es tan redonda ni honda en su trasfondo, pero sí es un pequeño divertimento acerca de la infantilización de la sociedad, la hipocresía de la burguesía y el ciudadano medio acomodado y el discurso de las nuevas generaciones, preocupados por el futuro de la Tierra. No es una sátira sobre Greta Thunberg, pero casi. En realidad, el actor y cineasta francés pone más el dedo en la llaga a los que se miran de reojo la emergencia climática y viven plácidamente en su burbuja de progreso. Garrel acierta en mostrar unos niños muy adultos y unos adultos muy niños. Un juego generacional desternillante en ocasiones (el descubrimiento de los robos, la presentación del plan urdido) y algo antipático en otras. Tampoco termina de cuajar las desavenencias matrimoniales en mitad del relato central, unas fugas narrativas que Garrel no desarrolla en demasía y alejan el foco torpemente de lo realmente interesante. Con todo, Un pequeño plan… cómo salvar el planeta es un pequeño oasis en un festival de cine, tanto por su duración, como por su tono como por su comicidad. Un pequeño divertimento con más acidez bajo sus gags de la que aparenta a simple vista.
En un polo totalmente opuesto, el belga Joachim Lafosse también compite por el Premio del Público en Perlak. Tras diseccionar otros matrimonios en la soberbia Perder la razón, tras la tragedia más devastadora, y la notabilísima Después de nosotros, en mitad de un divorcio, ahora en Un amor intranquilo presenta un matrimonio lidiando con la enfermedad mental de él y cómo lo sobrellevan ella y el hijo en común. El drama de Leïla, Damien y su hijo termina resultando demasiado redundante, la cotidianeidad frente a la adversidad de la bipolaridad de él, la descomposición paulatina del amor ante la imposibilidad de hallar la felicidad compartida. Lafosse acierta plenamente al huir del tremendismo donde otros cineastas hubiesen caído y aboga por una descripción sin estridencias ni artificios dramáticos. Por otro lado, la película se sustenta en las dos magníficas interpretaciones de Leïla Bekhti y Damien Bonnard, sus acercamientos al estado emocional de sus respectivos personajes elevan el conjunto y dejan florecer algo de emoción a la propuesta tan distante de Lafosse. No es uno de los mejores trabajos del cineasta belga, pero es un drama punzante y altamente apreciable.