25 de abril de 2024

Críticas: La casa Gucci

El culebrón del año.

Romances, traiciones, ambiciones, lujo y celos. El cóctel de todo gran culebrón. Desde Dallas o Dinastía a Gossip Girl o cualquier ficción de Ryan Murphy. Y, por encima de todo, la familia. LA FAMILIA en mayúsculas: los Gucci y los nuevos miembros. La Casa Gucci es el culebrón del año con todos estos ingredientes en su justa medida, aunque a veces coquetee en exceso con lo chanante (Jared Leto tanto puede parecer que realiza una interpretación excelente como resultar insoportable). Lo mejor es que, pese a su abultado metraje (dos horas y media), la película es entretenidísima. Un divertimento carísimo y loquísimo, pero una gozada.

Ahora, no vayan a pensar los ilustres lectores que estamos ante una gran película. Ni lo es ni lo pretende. Uno no imagina a Ridley Scott con El padrino o Ciudadano Kane en mente antes del rodaje y eso que la historia de los Gucci tiene similitudes con estos dos totémicos dramas. No obstante, sí es un buen filme para disfrutar y dejarse llevar por su espíritu culebronesco, festival de pelucas e histrionismo por doquier. A sus 83 años, el director de Blade Runner ha estrenado dos películas con pocas semanas de diferencia y ambas con muy buen oficio, aunque ninguna sea un título imprescindible en su filmografía. Personalmente en el El último duelo no hallé la grandeza que muchos han visto en ella y en La casa Gucci tampoco el desastre que otros ven en ella.

Un drama familiar fraguado a través de la avaricia, la traición y la envidia. Patrizia Reggiani es la verdadera protagonista de la función: ella pone los cimientos de la guerra y su poder de oráculo para el negocio es desestimado por su esposo, el mequetrefe Maurizio Gucci, que rápidamente se acostumbra a los privilegios. Ella encarna el amor verdadero, la ambición desmesurada, la caída en desgracia y la locura que la película abraza para narrar el auge y caída de una familia resquebrajada por luchas internas del poder. En cambio Maurizio, pese a tener un arco argumental mucho más hondo, es un personaje más antipático y menos interesante. Interesante cómo en las dos películas que ha estrenado Scott este año ellas (los personajes de Jodie Comer y Lady Gaga) son la jefazas de la función, desde ópticas y temáticas muy dispares.

La confianza es el mayor enemigo de los Gucci. Bueno, evidentemente, el dinero. Pero errar en qué personas confiar es la tumba que ellos mismos van cavándose entre acuerdos y firmas. Ridley Scott al final lo que ofrece es una adaptación cinematográfica de las páginas de la revista Hola, pero sabe cómo conjugar todos los personajes y tramas para no derivar en el absoluto despropósito ni tampoco tomarse muy en serio a sí mismo para evitar resultar ridículo. Incluso en los momentos más grotescos, cuando Jared Leto aparece en pantalla como el primo Paolo Gucci, la película respira dos almas: ¿es un trabajo de interpretación soberbio o es una parodia desmesurada? Servidor continúa con sus dudas.

Los que sí están absolutamente brillantes son Lady Gaga, Adam Driver y Al Pacino. Ella lleva dos de dos, siendo yo uno de los más reticentes con sus posibilidades actorales: brilló en Ha nacido una estrella y ahora en su metamorfosis en Patrizia Reggiani. Por su lado Adam Driver cierra un año pletórico (tras Annette y El último duelo), aunque éste sería su trabajo menos reivindicable de los tres, pero Driver arregla cualquier desaguisado, como cuando La casa Gucci pierde fuelle sin el personaje de Lady Gaga copando el foco de atención. Adam Driver levanta cualquier película. Y, finalmente, el maestro Al Pacino, qué bien recuperarlo finalmente, después de años de ostracismo con El irlandés y Érase una vez en… Hollywood y ahora su divertidísimo rol de Aldo Gucci.

La casa Gucci es un biopic de manual, pero es un entretenimiento de altura (y de lujo, claro) con su espíritu de culebrón y un reparto estelar que lo da todo para divertirse y contagiarlo al público.

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