6 de octubre de 2024

Críticas: Aguas profundas

Cuando las apariencias no engañan.

Si hay algo que el cineasta Adrian Lyne y la novelista Patricia Highsmith tienen en común es la visión inquietante y perturbadora del mundo. Un universo con un ambiente enrarecido en el que el deseo y la lujuria acaban convirtiendo a los héroes en villanos. En este caso, Aguas profundas (Deep water, Adrian Lyne, 2022) basada en una novela de la escritora estadounidense, nos transporta a la vida del matrimonio fracasado entre Vic y Melinda Van Allen. Ana de Armas y Ben Affleck, irónicamente, dan vida a los personajes de Highsmith y nos enseñan el juego tóxico en el que está inmersa su relación, pero dejando ver sólo un ápice de la chispa que llegó a unirles sentimentalmente durante el rodaje.

Affleck posee los rasgos ideales para encarnar al marido (supuestamente) perfecto. Ya lo hizo en su momento en Perdida (Gone Girl, David Fincher, 2014) y vuelve a intentarlo, con menos gracia, en el filme de Lyne. El cineasta plantea de nuevo un patrón de esposo paternal, educado y atento, muy similar al que aparecía en su famosa película Atracción fatal (Fatal Attraction, 1987), pero que esconde algo. Ahí es cuando la esencia de Patricia Highsmith entra en acción. Sin embargo, Vic Van Allen en la película acaba convirtiéndose en un villano obvio, y cuya falta de expresividad genera más tedio que angustia; pudiendo haber ahondado en la prepotencia y sentimiento de superioridad que posee respecto a la sociedad y a su propia mujer, a los que considera mediocres. Porque para que el espectador pueda entender la complejidad psicológica que poseen los sociópatas que creó Highsmith hace falta atreverse un poco más a la hora de interpretarlos. Si no que se lo digan al Mr. Ripley de Matt Damon.

Por su parte, Melinda aparece como una mujer cuyos affairs solo sirven para la gratificación de su ego, y que decide volcar su instinto maternal en cualquier extraño en vez de en su hija. La Melinda Van Allen de Adrian Lyne vuelve a ser un personaje femenino que, siguiendo la línea con otras protagonistas del director como Lolita (Lolita, 1997) o Alex Forrest (interpretado por Glenn Close en la ya mencionada Atracción fatal), parece la culpable por el desencadenamiento de los instintos primarios del hombre y una justificación para sus actos.

Han pasado veinte años desde la última película de Adrian Lyne y este no ha podido evitar dotar a Aguas Profundas de su sello autoral. La puesta en escena del director británico se caracteriza por la forma en la que es capaz de filmar la pasión envenenada de sus protagonistas. El erotismo es un elemento más con el que el cineasta juega y que decide magnificarlo- a través de planos lleno de sexo explícito-, convirtiéndolo en su marca personal. Sin embargo, en Aguas profundas impera más la tensión sexual que se produce entre Vic, Melinda y sus amantes. Con múltiples escenas en las que él es un simple voyeur de las infidelidades de su mujer, pero sobre todo gracias a la sensualidad natural y el hedonismo que desprende la actriz cubana. El suspense, otro elemento propio de Lyne, es evidente en el filme y culmina de forma forzosa. Pero el director, gracias al uso de la elipsis en las escenas de los asesinatos, no deja que nos topemos con el verdadero culpable hasta el final de la película.

Siendo verdaderamente fiel al relato en casi todos los aspectos, se podría decir que el guion adaptado por Sam Levinson (director y guionista de Euphoria) y Zach Helm para la película no aporta nada novedoso a la narración, pero sí que deja un final mucho más abierto y provocador que el escrito por Highsmith. Haciendo que las tornas de los personajes cambien y que el espectador se plantee quién es el verdadero ganador en esta historia.

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