28 de marzo de 2024

Críticas: Diarios de Otsoga

La alteración del todo.

Otsoga es agosto al revés. El título de la película de Maureen Fazendeiro (Sol Negro, 2019) y Miguel Gomes (Aquél querido mes de agosto, 2008) -presentada en la “Quincena de realizadores” de Cannes- augura su construcción narrativa: un orden cronológico invertido, donde la primera secuencia pertenece al último día y viceversa.

La leyenda “día 22” aparece en pantalla, arrastrando consigo la duda de qué suceso o fenómeno se registra. Todo parece avanzar sin anormalidades: los protagonistas, Crista (Crista Alfaiate), Carloto (Carloto Cotta) y João (João Monteiro) celebran una fiesta al ritmo de “The Night”. “Día 21”, se atestigua la construcción de un mariposario que, minutos más tarde, se concluye que en realidad está siendo desmontado. La confusión que acecha al espectador, tan acostumbrado a consumir historias transcurridas de principio a fin, es una sensación que también embarga a los personajes, pues el verano que atraviesan no es otro más que aquel de 2020, en pleno confinamiento debido a la pandemia de COVID 19.

El documental y la ficción metafísica se unen en una historia que revela sus intenciones de manera gradual. Solo hacia la mitad de los días es posible comprender que el filme retrata el rodaje de sí mismo; aunque, en un principio, sin las restricciones motivadas por el estado de alerta, hubiese podido ser de otra manera, quizá una película de ficción al uso. Es precisamente la percepción subjetiva del tiempo lo que caracteriza a este proyecto, trazado improvisadamente a partir de planos contemplativos: un membrillo que transmuta de la putrefacción a la madurez, una mariposa que se convierte en oruga…. Lapsos alterados -como la vida misma- por la nueva normalidad. La naturaleza juega un papel fundamental. Mientras equipo de producción, actores, guionistas y directores discuten motivados por la incertidumbre y el temor, los perros de la locación -una casona en un pueblo a las afueras- disfrutan del viento que choca con sus caras y mueve sus pelajes, y árboles y plantas permanecen verdes, dando frutos -como de costumbre- en una viva representación de inalterabilidad y resistencia. La humanidad es la única que ha dejado atrás su cotidianeidad.

Hacia el final, Diarios de Otsoga se transforma en una película sobre el proceso creativo. Sobre la capacidad de salir airosos de las dificultades y de trabajar en equipo. Todo esto se traslada de la vida profesional al ámbito personal, pues Maureen y Miguel se ven obligados a detener su participación para velar por el bienestar del bebé que esperan juntos, y los actores toman la responsabilidad de alternar entre el rol interpretativo, direccional y de asistencia. La aventura también culmina como empieza: tres cuerpos bailando al ritmo de Frankie Valli & The Four, y la imposibilidad (característica de la filmografía de los realizadores) de definir la frontera entre ficción y realidad.

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