18 de abril de 2024

Críticas: Benediction

El amante y el poeta.

Como esos poemas cuyos versos cantan sobre hechos mundanos, mientras por debajo disparan a las entrañas del lector para detonar en este un sentimiento mucho más profundo y universal, Terence Davis hace algo similar con Benediction (2021). En ella, construye un biopic en dos tiempos en torno a la vida del poeta y escritor inglés Siegfried Sassoon, en tanto que va relatando una historia latente sobre el paso del tiempo y la pérdida.

Saliéndose de propuestas más convencionales planteadas desde un recorrido lineal y un punto de vista externo de la figura central del film, aquí se procede a ceder la palabra al protagonista. La voz del joven Siegried (Jack Lowden) sobrevuela en off las fotografías e imágenes en movimiento que, en blanco y negro, contextualizan uno de los momentos cruciales en la vida del poeta: la Primera Guerra Mundial. Mas no es solo ambientación lo que propone esta combinación de sonido e imagen, es un recurso que alude directamente al espíritu literario de los textos de Sassoon, caracterizados por un fuerte posicionamiento crítico contra el conflicto, su atrocidad y la insensatez de perpetuarlo. No obstante, esta actitud antibelicista la podemos ver desde el principio a través del personaje. La introducción de estos diálogos entre los versos recitados y las ilustraciones del conflicto sirven para, indirectamente, sugerir el anclaje del propio Siegfried a esa época. Por mucho que pasen los años, algo en él sigue anclado en el pasado, en lo irrecuperable y en lo nunca logrado.

Todo aquello extraviado con el avance de los años somete al artista a un estado de no superación y pese a vivir en el presente, sus pensamientos danzan en su memoria con dolor. De esta manera, Terrence Davis decide abrir la puerta, en un momento concreto, a los fantasmas del pasado. Estos hacen acto de presencia con la misma entereza con la que Judy Barton (Kim Novak) entraba en la habitación del motel, recubierta por una luz esmeralda y amoldada a imagen y semejanza de la Madeleine que Scottie (James Stweart) mantenía en su cabeza, incapaz de olvidar. Si bien en Vértigo (De entre los muertos) (1958) de Hitchcock, ese encuentro que se produce es físico y se encumbra con un largo travelling circular, en Benediction se opta por un largo travelling in que transita desde el espacio físico al espacio metafísico. Después de tener a su hijo George, Siegfried y Hester (Kate Phillips), bailan ante una comitiva de invitados mientras la cámara se sumerge en el espejo y va avanzando por un espacio onírico donde el poeta baila con alguno de sus antiguos amantes. No obstante, ni de ese ambiente quimérico puede huir del presente, pues al final envejece y vuelve a encontrarse con una anciana Hester. Con ella, la música y el baile llegan a su fin.

En ese pendular entre la juventud y la vejez, la cámara acompaña a la mutación de la imagen mediante movimientos circulares o aproximaciones lentas a primer plano. En esta transformación, se superponen los tiempos mediante fundidos que transforman orgánicamente las paredes de una habitación en las trincheras del campo de batalla o marchitan el rostro de los personajes hasta dejarlos vestidos con pieles rugosas y cabellos níveos. Así pues, los tiempos van y vienen, se convierten en las dos caras de una misma moneda, pero por mucho que oscilan siempre acaban regresando al pasado. Se hace así palpable la constante lucha de Siegfried por rehuir ese mundo moderno que odia por ser más joven que él, una lucha que mantiene hasta el final. Su juventud tan solo permanece en el recuerdo.

Esa reminiscencia permite que en el desenlace el joven Siegfried se sobreimprima sobre su versión anciana (Peter Capaldi) y recupere ese “magnífico” poema que su querido Wilfred Owen (Matthew Tennyson) le había entregado en un papel y lo lea a los espectadores. Durante la lectura, las imágenes, ralentizadas y encadenadas mediante fundidos, evocan esa nada a la que el hombre sin piernas dirige su mirada, un soldado herido que observa aquello que se le ha arrebatado. Cuando esas estrofas que invocan lo perdido, lo irrecuperable, llegan a su fin, su eco vuelve a “atravesar el corazón” de Siegfried. Entre un rostro lloroso cada vez más cercano, éste recuerda sus pérdidas: un reconocimiento superior como poeta y, sobre todo, el amor verdadero.

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