Edición 55: Tron, Tron.
Volver a Sitges es una peregrinación necesaria para purgar miedos y descubrir mucho cine, así que no está de más comenzar el primer día por directores noveles y probetas QuimiCefa para experimentar al detalle.
Rememorando viejas ediciones donde los robots en formato amistoso eran carne de cañón (y metal), me encuentro con la simpática ironía de Brian and Charles, adaptación al largo del corto homónimo del británico Jim Archer, donde el humor absurdo arrasa en pantalla gracias a las extrañezas de un creador y las pesquisas de un nuevo ser. Aprovechando el formato de falso documental se arma una compleja relación entre sus dos protagonistas, un Brian feliz pasando desapercibido y un Charles Petresco deseando conocer qué es realmente el mundo. A veces se pierde en dar un mensaje cuando sus deus ex machina reformulan la idea del chiste prolongado, pero sin duda es una película divertida y con encanto, porque los perdedores reorientando sus aspiraciones vitales son vitales para la historia del cine.
La siguiente toma de contacto fue con Darkling de Dusan Milic, película serbia donde de la idea del terror de la guerra surge una poderosa mirada hacia los bosques que arropan a una familia kosovar a un lado y lo inhóspito al otro, que queda oculto por un verde y atractivo follaje. Con la excusa de un hecho real, nos dejamos influenciar por un miedo latente a través de la experiencia de una niña que ha perdido la inocencia de su mirada. Hay una amenaza invisible pero destructora que conocemos por la historia, sin ser necesaria su forma tangible para ser feroz. La oscuridad es la hora del lobo donde, en una escena clave, al estilo (aunque parezca una referencia opuesta) Asalto a la comisaría del distrito 13, nos somete a una angustia compartida con las mujeres de esta familia, con una icónica imagen inspirada en la Pietà de Miguel Ángel (y no será la primera referencia en el festival). Una película pequeña y atmosférica sin miedo al vacío, donde la guerra es otro monstruo a enfrentar.
Siguiendo las peripecias de Noves Visions descubrimos un film iraní donde el terror es puramente supersticioso. En Zalava el debutante Arsalan Amini nos sitúa en un pueblo de gitanos dedicados al pastoreo donde el demonio es una amenaza constante, como una maldición puramente sugestionada. Es una mezcla de humor y exorcismo de temores sociales que se vuelve en demasiadas ocasiones básico y endeble, y no porque “el mal” sea conceptual, eso me parece un riesgo plausible, es más bien una falta de personalidad a la hora de crear algo que dure en la memoria por resultar demasiado simplista, primario.
Nos encontramos en ARDE! de Paco Campano con otra propuesta donde pesa más la intrahistoria que el resultado. Un director, un encargo y unas pautas mínimas desde donde exprimir un poco de fanatismo y fantasía. Como homenaje a la pareja artística formada por Armando Bó e Isabel Sarli, pioneros del sexploit argentino, el erotismo se palpa en todas las escenas de ARDE! bajo el tamiz de la ciencia-ficción. Rocío López Ferreyra transmuta más allá de la “Coca” Sarli, se marca un Johansson de abrigo peludo, voluptuosidad y media melena en una referencia constante a Under the Skin que sobreviene en un huracán de ideas que no necesitan una conexión, para bien o para mal. Turbadora y espesa, a la vez que festiva, te hace pensar más en la idea inicial (en la presentación insistían en que no era una película al uso) que en el resultado.
Aplauso atronador en la sala al ver a Slash en los créditos iniciales, pero también era guitarreo amoroso el que reverberaba en su banda sonora. ¿Algo falla? The Breach del director canadiense Rodrigo Gudiño es un telefilmesco body horror con todos los tópicos arrastrándose por el suelo. No es por un bajo presupuesto (que aceptamos, es evidente) o por unos personajes blandos y actores dudosos, a lo mejor es un cómputo de todo esto sumado al poco interés por contar algo lo que nos aborda con frío e indiferencia, quedando un producto a consumir cuando pasar el rato no es una necesidad primaria.
Jaume Balagueró pisaba con fuerza la alfombra roja de Sitges. Parece que al fin el director vuelve al género con una película rítmica, llena de lugares conocidos y diversión malsana. Con Venus decide cruzar el thriller de tono castizo (viva los matones de discoteca) con el terror sin perder su pasión por lo sobrenatural —en este caso encontrando inspiración en un relato de H. P. Lovecraft— y robando elementos conocidos, propios y de otros grandes nombres del terror, para darles una nueva naturaleza en su imaginario. Aunque podría ser temida tras Musa, Balagueró reformula su gusto por la investigación y la mujer de negro, donde la chispa surge en los ojos desorbitados de Ester Expósito y un final de fiesta ágil y pasado de vueltas. Porque no siempre las inauguraciones tienen que ser una china en el zapato. En un día donde el perfil bajo ha reinado, «Lucía, la que trae la luz del día» es más que oportuna.