20 de abril de 2024

Festival de Sitges 2022: Crónica 2

Sitges y los monstruos.

Con la emoción desbordada amanece una Mantícora cautivadora ya desde su trailer. Carlos Vermut es un experto en reinterpretar las complejidades humanas y lo demuestra de nuevo aquí con esa dualidad hombre-monstruo, que se dispersa y fusiona en la retórica y el espacio visual. Incluso en los expresivos espacios en blanco podemos sucumbir a la incomodidad, nada gratuita, del vacío interno de cada humano que se trata de llenar en la intimidad de la soledad. Es sobre todo en sus diálogos, sin nervio, pero con una aparente tensión que brilla y retumba en nuestra cabeza donde se construyen unos personajes volubles que nos obligan a reflexionar e incluso intimar con las barreras que nos propone. El terror de lo conocido como puñalada definitiva. Probablemente, una de las imprescindibles del festival.

De personaje perdido a personaje decidido, prácticamente obsesionado con perderse. En La montagne Thomas Salvador, que dirige y protagoniza la película, enfrenta el hombre a la naturaleza desde una perspectiva firme, en un intento por romper con lo conocido, lo cómodo, para autosignificarse. El imperante blanco y el necesario silencio de la soledad no son un problema para este prolongado drama, ya que se compensa en su encuentro con lo desconocido (y luminoso) que nos transporta al fantástico de un modo original y significativo, pero decide romper esa magia en un último acto donde reconciliar toda esa fantasía con el periplo del hombre y su lugar en el mundo. Lo que podría ser atrevido queda descafeinado al querer dar una conclusión concreta más cercana a la aceptación de la sociedad que a la fascinación vista anteriormente. Cortar un poco antes para romper con los límites narrativos es a veces un pecado que no se permiten cometer autores que habitualmente sí se han lanzado al vacío.

Nightmare

En un momento en el que se vive la reivindicación femenina como una constante celebrable, Nightmare, de la directora Kjersti Rasmussen —en el primer encuentro con la propuesta Woman in Fan del festival—, combina la pesadilla a través del mito eslavo del demonio Mare (del que surge el título original Marerittet) con el espacio de la mujer en la pareja, algo que consigue a través del cuerpo de su protagonista, enfatizando menstruaciones, embarazos y abortos conscientes, y “torturando” con una misoginia molesta pero no mortuoria de aquel con quien comparte un primer hogar —es más, parece una respuesta involuntaria el rechazo que provoca el joven actor—. Si llevas esto a un punto definitorio, saldría una película interesante, pero su pasividad y supuesta elegancia no permite calar ni entusiasmarnos, siendo otra buena idea que no sabe enfatizar el concepto pese a que sí rompa la narración con un mundo interior que no distingue los malos sueños de la realidad. Lo cierto es que sus ideas nos llevan a recordar la magnífica Come True, con más riesgo y transgresión a la hora de interpretar los terrores nocturnos y su mezcla insana con la realidad.

La fiesta indonesia llega con la nueva entrega de lo que promete ser una saga por parte de Joko Anwar con Satan’s Slaves 2: Communion, que siguiendo la estela de la anterior entrega nos lleva en esta ocasión a un edificio donde hacer corretear a los vecinos mientras juega con fantasmas, muertes horripilantes y escenas de repetitiva tensión por pura diversión malsana. La diversificación del infierno en 14 + 1 plantas ofrece precisamente lo que propone, además de aprovechar la presencia de la que podemos aclamar ya como scream queen indonesia Tara Bashro, que le da el toque de razón a un grupo variopinto y extremista donde adolescentes, padres preocupados y ancianos sufren los designios de un destino elegido por fuerzas oscuras. Entretenida y alocada, perfecta para dejarse llevar.

Cerdita

Nos recorre un pequeño pequeño escalofrío cuando un director o directora decide prolongar uno de sus cortos para dilatar una buena idea. Carlota Pereda lo consigue en Cerdita conectando su premisa a un posible “continuará…”. Lo hace, además, dando prioridad a la más negra comedia sobre ese mensaje que señala los monstruos que generan la dependencia hacia la aceptación de los demás. La directora unta a su protagonista de rosa y una creciente rabia («no hago nada bien» llega a decir en algún momento) en una historia de bullying y carnicería que queda reflejada en una familia castellana y picajosa que funciona muy bien como catalizador del humor, el drama y la evolución personal. Diseminados por el film hay detalles visuales que juegan con un significado que no se resalta a simple vista (las veces que nos topamos con las pulseras de BFF como una segunda línea argumental), hasta llevarnos a un punto donde el slasher quizá no sea lo más destacable, por un último acto que no arriesga lo esperado, pero que sabe cerrar con dignidad una apasionada relectura de la final girl, donde la supervivencia adquiere un surtido de matices que no se aferran solo a quién sobrevive, también resalta un diálogo abierto con lo que ofrecemos y lo que recibimos. Como decían The Mockers: «mola, guay, ok».

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