8 de octubre de 2024

Entrevistas: Mantícora

Estuvimos con el equipo de Mantícora.

Pese al título de Mantícora, que hace referencia a una criatura de la mitología persa, la cuarta película de Carlos Vermut se centra en un monstruo cotidiano de condición innombrable o elusiva y de crimen imperdonable. A Nacho Sánchez, que le ha tocado encarnarlo, le atraía la idea de interpretar a un ser de corazón trastocado y entrañas mugrientas porque admira su ambigüedad moral, una que hasta un pedófilo, tan humano como tú, puede tener. “Hay días que eres la hostia, que eres la madre Teresa de Calcuta y hay otros días que eres una persona muy turbia” porque si algo tiene Julián, el diseñador de videojuegos de horrible secreto al que da vida, es que es un tipo como cualquier otro, al que se ha acercado secuencia a secuencia, desde los gestos concretos, para no llevar todo el peso de su condición sobre la espalda.

Nacho confiaba en Vermut. No en que fuese respetuoso, sino más bien en que sería capaz de transmitir todas las capas del personaje, abarcando desde la ternura (la hay en su relación de amor con el personaje de Zoe Stein) hasta su podredumbre moral. De él, Vermut buscaba la delicadeza adecuada para un material “delicado”: “Nacho tiene aspectos que encajan muy bien con el personaje: cierta fragilidad, una mirada profunda llena de tristeza…”. En la sala de los Renoir Princesa donde responde a nuestras preguntas surge inmediatamente la duda: ¿y el niño?. “No sale tanto en la peli. Los padres leyeron el guion y les pareció bien y a él no fue necesario explicarle nada. Al principio tiene una conversación con Julián como podría tenerla con cualquier otro vecino. Al final él piensa que Julián le va a robar. No fue complicado.” Y ahí no es extraño pensar en cuánto hay de perturbador en las decisiones formales de planos y movimientos de cámara (o cuánto de eso lo generamos en nuestra mente inducidos por la forma de narrar del director).

Rodaje de Mantícora

Quizá el detalle más paranoico de la cinta sea el perverso parecido que se genera entre el niño, objeto de deseo de Julián, y Diana, el personaje de Zoe Stein que cataliza sin saberlo las inclinaciones del protagonista. Cuando a ella se le pregunta por la forma de abordar el personaje y cuánto de su interpretación hay en esta identificación con el menor, se lava las manos: “Yo en ningún momento traté de actuar de manera aniñada. Cuando interpreto tengo conciencia de las dinámicas en las que me introduzco. Por ejemplo, en las escenas en las que cuido de mi padre me notaba más pausada, más adulta, y es verdad que en la que jugamos a videojuegos mi tono cambiaba, era más joven”. No obstante, no puede evitar expresar la sorpresa al conocer al niño: “Hostia… No es que me impresionase, pero noté una semejanza. Nos cortaron el pelo igual y éramos muy parecidos”. Parece que fueron los encargados de peluquería, vestuario y maquillaje los mayores responsables de la incomodidad extrema que genera en el espectador la relación entre los dos protagonistas.

A Zoe también se le preguntó por cierta polémica que había generado su personaje, que parecía condenar a las mujeres nuevamente al papel de cuidadoras: “No estamos hablando de un personaje completamente sano y estable. Diana es cuidadora porque siente un amor enorme por su padre. Eso es lo que se ve en pantalla. Y desde ahí es que nos cuestionamos si eso es sano o no. Ese es el punto”. Y Nacho interviene: “No es un final como “¡la hostia, lo consiguieron!” sino más bien un “ahí se pudren en su miseria estos dos que están fatal””. Declaraciones que resumen bastante bien este “chico conoce a chica” que es Mantícora, película de monstruos cotidianos en cuanto a temática pero drama romántico en cuanto a estructura.

Con juicios como el que se han hecho sobre el personaje de Stein, Vermut lo tiene claro: “Se quiere que el cine sea ejemplificador, El cine parece una especie de tutorial para la vida en el que las personas se deben comportar mejor de lo que se comportan en la vida real. Yo entiendo esa visión pero no la comparto”. El director muestra su preocupación ante esta visión “moralista” de la ficción en la que sus películas, abyectas y ambiguas, no encajan. “Para mí el cine no es un tutorial, sino un lugar en el que deberíamos poder hablar de cualquier cosa”. Y concluye: “Tú puedes hacer una película social, pero a mí lo que me importan son los personajes, no al revés. Los personajes no tienen que servir de discurso para hacer una película social”.

Rodaje de Mantícora

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