26 de abril de 2024

Críticas: El exorcista del papa

Mitología embadurnada.

Pocos asuntos fascinan mas a la humanidad desde los inicios de su existencia que procurar dar respuesta a lo inexplicable, lo intangible, lo invisible. Temas abisales, de los cuáles pocos son mas inabarcables y seductores que la naturaleza del mal. De la concepción cristiana de la maldad deriva la tradición cinematográfica del título que nos ocupa en la presente entrada, para el que la Semana Santa es el momento propicio para su estreno. Russell Crowe es la cabeza de cartel y principal reclamo de El Exorcista del papa, versión libre de los archivos documentados del antiguo exorcista del Vaticano, el ya fallecido Gabriele Amorth, dirigida por un Julius Avery que ya se probó en las coordenadas del terror con Overlord (recordemos, nazis zombis). Una película tan inquietante como honesta y modesta, que busca divulgar sobre su figura nuclear desde el respeto a las fuentes pero también abriendo la puerta, si el apoyo económico lo permite, a engendrar una franquicia. Una historia con personaje carismático y con riqueza mitológica de profusión informativa seductora, pero un exponente que poco aporta a la conversación del cine de posesiones y espíritus rebeldes.

La primera sorpresa de este largometraje es presentarnos a un Russell Crowe en un registro muy diferente al de las películas que le dieron a conocer, y precisamente por ello supone el mayor atractivo de la cinta de Avery, saboreando cada segundo de su presencia en pantalla desde la divertida secuencia que hace las veces de prólogo. Un héroe carismático y heterodoxo, que responde a su deber pero construye su propio camino con conocimiento, irreverencia y cinismo. Una presencia que impone pese a exhibir puntualmente su fragilidad, que se toma su trabajo en serio sobre la base de vivir su vida permitiendo que las bromas afloren constantemente. Crowe marca los matices de su interpretación desde la fisicidad, añadiendo como rasgo de carácter cómico su dicción hablando italiano. Una faceta cómica que representa uno de los mayores aciertos de una película que sabe no tomarse en serio a sí misma por encima de sus posibilidades. Viene respaldada por un gran estudio, pero su espíritu encierra un tono de serie B adecuado para las condiciones genéricas de la propuesta. Una aproximación al imaginario satánico y a los entresijos de la batalla eclesiástica contra el maligno que no se encuentra lejos al aura de homenaje de 30 monedas.

La trayectoria profesional de Amorth fue longeva, y la película tenía la fortuna de poder inspirarse en una extensa documentación. El exorcista del papa abunda en exposición oral (más aun si consideramos sus ajustados 90 minutos), y es en esas secuencias de flashback y descripción, que construyen diégesis a la vez que presentan los traumas de Amorth o cuestionan algunas sombras o tragedias ocultadas por la institución cristiana, es donde el filme vuela con mas convicción. La indagación en la figura del exorcista como psicólogo por inercia, así como su detenimiento en la herencia histórica de ángeles caídos y sus resonancias en la abadía en la que se enclaustra la acción, son rasgos cosmológicos que dan enjundia al conjunto. Lástima que no dejen de ser pausas mal integradas en el argumento y que sólo pueden ser introducidas, quedando desaprovechadas en el plano visual.

Su rigor documental la acercan al biopic, pero El exorcista del papa está obligada a ser una película de terror, entroncada en la vertiente popularizada en la última década por James Wan y producciones derivadas y que siempre cuenta con William Friedkin como vara de medir, o con Scott Derrickson como espejo en el que reflejarse. Como filme de posesiones, demonios intangibles y sustos en casas encerradas, el trabajo de Julius Avery es decepcionante. Ni su diseño conceptual es novedoso, ni su planificación es creativa ni vigorosa. La sucesión de momentos catárticos es sumamente rutinaria, y la familia americana víctima del caso deviene un mero resorte para el conflicto entre demonio y exorcista, resultando en unos personajes muy superficiales. El propio caso de posesión castellana se trata así como un mero interludio para perfilar la naturaleza e intenciones de la amenaza real, a la que se confronta en un clímax apresurado al que se llega tras un desarrollo que siempre hace las veces de presentación. Tanto como drama biográfico exorcista que como película de terror con sustos, facetas ambas desarrolladas en paralelo, resulta un planteado con detalle y concluido con premura.

Los resultados del departamento de dirección artística son igualmente modestos, y el trabajo de iluminación del director de fotografía no es capaz de restarle a la imagen un acabado plano y artificial. Es inclemente ser estrictos con ella, ya que no busca mayores ambiciones, pero la realización del filme no es capaz de dejar imagen alguna para el recuerdo, en uno de esos ejemplos de desplazamientos de cámara sin ninguna intención mas allá de aparentar dinamismo. Algunos lectores de mis textos sabrán de mi interés por la identidad cultural de las películas, y la amalgama nacional de la presente es especialmente frustrante. Que en 2023 aun haya títulos que sitúen su acción en paisajes cuya orografía y vegetación hace evidente que no se encuentran en el país que nos indica la ficción, y que intente a intérpretes hacer pasar por nacionalidades que evidentemente no son las suyas cuando esta tiene una importancia capital en la trama, es tan ridículo que frustra y enternece por igual.

El exorcista del papa supondrá un visionado satisfactorio para los fanáticos del terror, y supone una buena ocasión para descubrir e iniciarse en la jugosa vida de Gabriele Amorth. Por lo demás, nos encontramos ante una producción con muy poco que destacar.

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