Política en el ambiente universitario argentino.
Coguionista del consolidado Pablo Trapero en Carancho, Leonera y la posterior Elefante blanco, el joven Santiago Mitre obtuvo un gran éxito hace ya dos años en festivales como Gijón y Locarno con El estudiante, su primer largometraje dirigido en solitario, que ahora llega a las salas comerciales españolas tras el intenso debate que conllevó su estreno en Argentina. Apadrinado por el propio Trapero, con cuya obra se pueden hallar ciertas similitudes tanto en los aciertos como en los puntos débiles, Mitre propone un thriller político en un escenario tan poco convencional para ello como el de la universidad, donde las ilusiones y ambiciones de los estudiantes deben enfrentarse a menudo por primera vez con una realidad que selecciona a unos pocos y derrumba a otros muchos.
La llegada a la universidad de Buenos Aires del provinciano protagonista supone el arranque de El estudiante. Roque Espinosa es un joven idealista, aunque los ideales por los que lucha se presenten significativamente desdibujados a lo largo de la película. Llega a la ciudad porteña para cursar una carrera por tercera vez, y durante los primeros meses se sumerge en un ambiente que no comprende: la ruinosa universidad es un escenario donde se siente inicialmente perdido entre siglas que no le dicen nada, casi una excusa. Como anticipa la puntual narración en off, estas siglas de asociaciones eclipsarán de inmediato al estudio en el universo de Roque a través de la causa que enarbola Paula Castillo, una joven profesora adjunta que no tarda en captar la atención del protagonista y le introduce definitivamente en este mundo.
Como en tantas películas latinoamericanas estrenadas en España, la necesidad de subtítulos para comprender al instante muchos de los diálogos se hace latente desde las primeras escenas. El aspecto visual es deliberadamente sucio, como corresponde al ambiente retratado. La cámara en mano se pega a los personajes y los sigue por los pasillos y aulas junto a estudiantes reales de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, lo que otorga un desaliño formal llamativo al contemplar la película en una sala. Pero la calidad de los intérpretes consigue mimetizarse a la perfección con el entorno. De los sucios pasillos en los que se inicia la acción, los dos protagonistas van pasando poco a poco a acompañar al omnipresente aspirante a rector en comidas en jardines de clases altas y salas de reuniones. Atrapado en estos escenarios y enamorado de Paula, el dilema de Roque se sentirá cada vez mayor. Cuando los consensos forzados y las traiciones han dado demasiadas vueltas, y enfrentándose a los que defienden la necesidad de no contradecir a nadie en política para acomodarse, el propio Roque finaliza la película con un “no” rotundo y seco que invita a replantear su tesis.
El estudiante habla de los cambios profundos que conlleva la política a cualquier nivel, ya se trate de altas esferas o de un aula que es el escenario de peones que pasarán a manejar poderes mayores. En una época en la que la credibilidad de los políticos cae a pasos agigantados de forma paralela al descenso del interés de los ciudadanos en su labor, su estreno hace aconsejable un visionado quizá insatisfactorio en muchos aspectos, pero con la inequívoca capacidad de promover cierto debate entre los que justifican desmanes con la frase “la política es esto”, tantísimas veces repetida aquí; y los impulsores del cambio, muchas veces pretendido desde la incomprensión de la historia y el entorno. Aunque Mitre llega a perderse en el camino de un metraje excesivo, no se le puede acusar de desviarse hacia ninguno de los bandos.