18 de abril de 2024

Críticas: Mucho ruido y pocas nueces

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Shakespeare en California.

A principios de año se estrenaba en nuestro país la ópera prima como director de Ralph Fiennes, Coriolanus, una revisión de la obra de William Shakespeare trasladada a tiempos actuales que pasó sin pena ni gloria por las salas de cine. Sin tanta ambición como la de Fiennes, sino tomándolo como un divertimento entre amigos, el director de Los vengadores Joss Whedon, adapta y dirige una nueva versión de Mucho ruido y pocas nueces situando la acción y a los personajes en la época actual pero manteniéndose fiel al texto de Shakespeare.

Considerada una obra menor dentro de la creación de William Shakespeare, la historia de Mucho ruido y pocas nueces es por todos conocida y ha sido llevada al teatro y al cine en multitud de ocasiones, la más reciente de la mano de Kenneth Branagh en 1993 con título homónimo. El príncipe Don Pedro de Aragón vuelve de la guerra acompañado de sus fieles Claudio y Benedicto y de su hermano bastardo Don Juan, y recaen en la villa de un noble de Mesina que vive con su hija Hero y su sobrina Beatriz. Mientras Claudio cae rendido a los pies de Hero, Benedicto y Beatriz dan sentido a la obra con sus diálogos mordaces contra el amor negando el deseo evidente entre los dos.

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La dificultad de adaptar a la época actual un texto clásico radica en poder complementar ambos aspectos de manera que no resulte anacrónico y no desentonen, pero a diferencia de otras adaptaciones de este estilo, como fueron Romeo + Julieta de Baz Luhrmann o César debe morir de los hermanos Taviani, en las que la originalidad de las propuestas permitía encajar perfectamente los textos con las situaciones actuales, a Mucho ruido y pocas nueces le sucede lo mismo que le pasaba a la película de Fiennes. Ambas respetan hasta la más mínima expresión de las obras originales situándolas en un contexto contemporáneo en el que, más que aportar un toque distinto y sorprendente a dicha obra, lo que hacen es restar credibilidad al texto al no plantear ninguna innovación apreciable sino que más bien proporcionan una sensación de haber querido acoplar dos cuestiones incompatibles.

Existe un problema grande en Mucho ruido y pocas nueces, y es que tenemos dos películas muy diferentes en una sola. Por un lado la propuesta de Whedon de mostrarnos lo que es capaz de hacer con una cámara en tan solo doce días, con un grupo de amigos sin salir de su propia casa, y que no es otra cosa que una magnífica puesta en escena con un elegantísimo blanco y negro con el que imprime una total armonía dentro del caos que rezuma el texto. Whedon crea una estética refinada pero al mismo tiempo con unos planos y encuadres que por si solos reflejan los aspectos más complejos de la condición humana en los que hace hincapié la obra. Sólo hay que fijarse en la escena en la que Don Juan y sus sirvientes envenenan la mente de Claudio con mentiras en la piscina, para darse cuenta de la sutileza con la que el director plasma en imágenes la naturaleza de la obra.

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Pero por otro lado tenemos el texto de Shakespeare con un carácter demasiado teatralizado con el que curiosamente se impide que el reparto ofrezca lo mejor de sí mismo. No es que las actuaciones no sean correctas, que lo son, la cuestión es que en la mayor parte de la película parecen estar simplemente recitando, sin conceder a la historia el ritmo vertiginoso del que debería hacer gala. Así como Whedon dirige técnicamente a la perfección, artísticamente no consigue sacar de los actores la fuerza necesaria para interpretar a los personajes de la obra. Especialmente se hace patente en el duelo dialéctico que mantienen los personajes de Benedicto y Beatriz, personajes que como decía antes son los que confieren el pleno significado de Mucho ruido y pocas nueces, y que aquí no logran transmitir el sarcasmo y el deseo latente entre los dos. Tampoco tiene la película ese tono de comedia que hace tan divertida la obra, únicamente cuando aparece Dogberry en la piel del televisivo Nathan Fillion, parece que las risas van a hacer su aparición por fin, pero es una mera ilusión.

Mucho ruido y pocas nueces es pues un nuevo acercamiento a la comedia de enredo característica de la literatura del Bardo de Avon, en el que la exquisitez visual de Whedon camufla la pérdida total de la esencia del original.

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