20 de abril de 2024

Fancine 2014: Día 1

Cold in july

Año 24 para el Fancine. Los mismos que el aquí relator. El Festival de Cine Fantástico de la Universidad de Málaga dio el pistoletazo de salida hace unos días con la jornada inaugural y las primeras cintas a competición.

Cold in July viene con la firma de Jim Mickle, uno de esos directores solventes y contundentes que todavía no han llegado a la gran audiencia. Continuando su idilio con el certamen malagueño, después de estar presente en 2013 con la oscura y explosiva We are what we are, Mickle vuelve a formar equipo con Nick Damici para escribir la adaptación de una novela negra cuyo gran reclamo comercial es contar con Michael C. Hall (Dexter) y Sam Shepard. La mayor virtud de Cold in July es albergar en su interior dos películas diferentes entre sí pero con el nexo de la violencia en el contexto familiar y doméstico. En la película no se nos relata el cambio de registro mediante giros de guión tramposos: el foco simplemente se desplaza de un centro a otro, de un personaje a otro. Como una suerte de juego metaficcional, nuestro protagonista prueba en sus carnes el sabor de la cruda violencia y sus turbadoras consecuencias, pero los devenires de la historia le llevan a ser testigo de una nueva trama. Como así sucede en la primera escena: vemos un paisaje de una pintura y, mediante un zoom out, luego veremos ese cuadro enmarcado dentro del marco del propio plano, colgando en la pared del salón. Tanto el cuadro como lo que le rodea acabaran envueltos en sangre minutos después, de la misma manera que un relato contiene a otro pero todos acaban envueltos en la misma sustancia, como si de matrioskas se tratase y no como líneas argumentales paralelas que confluyen.

Mickle comienza con una historia de terror hogareño y cotidiano para acabar remitiendo a los primeros Coen, aquellos de Sangre fácil. Ecos de un western sureño en los que la figura de Sam Shepard se revela como ese hombre parco en palabras, sin nada que perder y con un asunto pendiente. Esta montaña rusa de tramas diversas puede dejar insatisfecho a quien busque una fórmula clásica pero, con su visión, el tándem formado por los guionistas norteamericanos parece haber optado por conservar su personalidad ante su prueba de fuego, con un reparto que sin duda les reportará más audiencia, y sólo cabe esperar que tengan la fortuna de poder seguir realizando más proyectos para soltar todo ese potencial que se intuye.

It follows 3

It Follows le da una vuelta de tuerca a diversos clichés y géneros que en si mismo son un cliché (los slashers adolescentes) para llevarlos a otro campo. Si uno lee la sinopsis de la película puede entender el título pero David Robert Mitchell lo aplica a los códigos cinematográficos. ¿De qué mejor manera podemos representar esa inseguridad de que la maldición nos persigue, a paso firme y lento? Paneos laterales de 360º, a veces incluso más, que logran plasmar dicho desasosiego entre la imagen que aparece y reaparece. Es sólo un ejemplo de que esta cinta aporta algo más a nivel formal, y es lo que más destaca.

La historia la hemos visto en más ocasiones, cambiando el botón en Arrástrame al infierno de Raimi por una Enfermedad de Transmisión Sexual, y aún dentro de ella seguimos encontrando cosas interesantes, como la representación de un mundo sin adultos. Estos adolescentes viven en un barrio acomodado y nunca han conocido el mundo exterior y decadente que les rodea. En el punto previo (o post, según se mire) a que se desate la maldición, Jay habla sobre el rumbo en nuestras vidas cuando somos pequeños y hacia dónde nos dirigimos ahora, si es que vamos a alguna parte, cuando somos adultos. En su huida presencian la cruda realidad de casas y fábricas abandonadas, vagabundos… toda la burbuja se rompe a raíz del sexo, como el primer paso para sentirse vivo es también el primer paso hacia la muerte. Pero It Follows es un artefacto extraño en su conjunto, pues logra meter bajo el mismo paraguas varios climax terribles con otros que se sienten bastante fuera de lugar, al igual que sucede con una banda sonora atronadora mientras en otros momentos cae en el ridículo. Defectos que apenas empañan un estimable trabajo y un director al que habrá que seguir en un futuro no muy lejano.

LFO

 

*-*-*-“Esta película os va a divertir”. Tres ligeros pitidos preceden a la frecuencia que Robert Nord, un ermitaño técnico de sonido abandonado por su mujer, descubre en LFO y con la que puede sugestionar a cualquier ser humano. Al director sueco Antonio Tublén se le presentan en ese momento dos posibles caminos para recorrer el resto de su película, rodada en tan sólo diez días, la necesidad de marcar un tono. Y el acierto en la elección es evidente. Las connotaciones de que un poder tan grande “en las manos equivocadas pueden producir desastrosas consecuencias” a las que literalmente llega Robert se materializan por completo cuando comienza a experimentar con sus nuevos vecinos. Los deseos más oscuros de la naturaleza humana se ponen al alcance de su mano y con todo no logran escapar de la rutina. Deseos que son órdenes y que evidencian lo ridículo de la condición humana por todos los papeles que adopta Robert Nord con sus ratas de laboratorio, pues se convierte en amante, en buen tío, en terapeuta, en profesor, en esclavista, en músico, en filósofo, en asesino, en Dios Y MÁS.

Nunca abandonaremos esa casa-semilla de lo que se pretende como el cambio al Mundo 2.0. Una claustrofobia paralela a la que nuestro propio protagonista vive dentro de su cabeza, con los fantasmas de un pasado que intenta derrotar para volver a creer en la humanidad. Pesimismo y mucho humor negro venido desde el norte de Europa para con todos nosotros, pero al margen de todas las connotaciones que pueda tener a nivel metafísico, bastante planas por otra parte, queda la extraña sensación de haber visto algo eminentemente divertido pero que en el fondo sabemos que su propuesta no es para tanto. Quizás he sido sugestionado de la misma forma que esos pobres vecinos, quizás simplemente he sido…*-*-*.

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