4 de octubre de 2024

Críticas: El hombre del sótano

Duelo desde las antípodas.

Cuando uno descubre el nombre de François Cluzet – protagonista de cintas como Intocable (Intouchables, Olivier Nakache y Eric Toledano, Francia, 2011) o La escuela de la vida (L’école buissonnière, Nicolas Vanier, Francia, 2017) –, inmediatamente asimila que, como mínimo, la película supondrá, de manera indirecta o no, una interesantísima lección sobre el arte de la actuación cinematográfica. En el caso de El hombre del sótano (L’homme de la cave, Philippe Le Guay, Francia 2021), donde interpreta a un caballero negacionista del Holocausto, su carisma permanece intachable. Pero la capacidad de Philippe Le Guay para construir una historia sobre las heridas abiertas, gracias a la sutil combinación de drama y thriller en favor de una narración plagada de naturalidad, hacen de la cinta una obra llena de superlativos. La película cuenta las discrepancias entre una pareja de orígenes judíos y un profesor de historia al que recientemente acaban de despedir. Los primeros acaban de vender un pequeño sótano al segundo, pero tras conocer su posicionamiento en relación al genocidio practicado por los nazis, se desata el conflicto.

A través de una puesta en escena de indiscutible precisión, el director de Florida (2015) y Normandía al desnudo (2018) convoca un intensísimo duelo de odio y deshonor, y pone en entredicho tanto la moralidad de los afectados – la familia interpretada por Jérémie Renier, Bérénice Bejo y Victoria Eber –, como la del testigo que mira desde la sala de cine. Philippe Le Guay materializa su elegancia por medio dos estrategias fílmicas: primero, mediante el registro de la ficción representada (personajes, movimientos, diálogos), donde la cámara ejerce su función natural con un montaje orgánico mucho más ceñido a la escritura que al audiovisual; y segundo – aquí, su imbatible precisión –, para reforzar la ambigüedad y la intriga desprendidas por el personaje de Clouzet, como los instantes en los que la cámara adquiere autonomía y empieza a deambular por los desagües y los pasillos hasta el misterioso hombre del sótano.

El resultado de este recurso, tan recurrente en las películas de género, no solo sumerge al espectador en una situación de alerta, sino que intensifica las diminutas pinceladas de terror que adornan la película de Le Guay. El malestar no nace de las disputas ideológicas acontecidas sobre el escenario, sino del imaginario del espectador. La cámara autónoma – en especial, cuando suscribe el punto subjetivo de los personajes –, unida a los inquietantes silencios y al sonido ambiente, elabora una estrategia de estimulación que hace que la mente del público comience a rellenar lagunas mediante la conexión de pistas falsas. Tal es el caso de la secuencia en la que Fonzic (Clouzet) invita a la joven Justin (Eber) a su sótano mientras la cámara trata de alertar al público de un peligro inminente: la incertidumbre y el escalofrío caminan de la mano de una atmósfera claustrofóbica y el recelo ocasionado por el desprecio de los vecinos sobre el enigmático forastero sin techo.

 

La principal virtud de El hombre del sótano – en definitiva, la que justifica la obligatoriedad de su visionado – consiste en saber integrar tanto las características de unos personajes enemistados desde las antípodas del pensamiento, como su singular método para combinar drama y thriller dentro de un mismo discurso. El resultado no es otro que una ficción aparentemente moderada – tal y como sucedería en la vida misma – en la que la dramatización casa de forma natural. No hay lugar para el efectismo ni las grandilocuencias, ni siquiera con la llegada del desenlace. Un poderosísimo clímax bañado de un intenso simbolismo de fuego y persecución que, tras el crudo intento de asesinato y recreación (pero a la inversa) del infierno de los campos de exterminio, envuelve al espectador en un profundo éxtasis de reflexión.

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