TerrorMolins 2022 en corto.
En Molins este año se cantaba. Todavía resuena en nuestras cabezas la canción del spot de este año cuyo leitmotiv eran los musicales de terror y fantástico en el cine. Una de las paradas obligatorias del festival es la maratón de Sección Oficial Cortometrajes a Competición donde encontramos una cuidada selección de cortos donde el terror, la fantasía e incluso el humor llenan tres bloques de diversión donde conocer nuevos talentos y algunos ya expertos en el formato suspiro. Es hora de desgranar lo más atractivo de la jornada:
El primer encuentro fue viscoso y deslizante. Con Phelgm nos encontramos ante una oda a un mundo donde no hay lugar para la lentitud. A través de sucesivas muertes de caracoles (se nos informó que ninguno sufrió daños y de paso se llevaron el premio a Mejores efectos y maquillaje) nos muestra la angustia de un ejecutivo frente a su imposibilidad de avanzar como un inteligente símil dentro de un espacio de cemento e inmensos edificios donde sentirse gris y minúsculo.
Phantasmagoria en cambio nos trasladaba al pasado para rememorar antiguas supersticiones asociadas a los muertos como una invitación a que se aproxime el Diablo. Una joven y su anciana abuela reciben la visita de un extraño y por cortesía le invitan a pasar la noche. A partir de aquí, la tensión va creciendo soslayadamente entre la tentación y la curiosidad, en un cuidado escenario donde el peso recae en la protagonista a través de sus diálogos.
Con Amanece la noche más larga descubrimos el primer corto animado, que este año destacaban sobre los demás. A través de una relectura de las figuras de los cuatro jinetes del apocalipsis se trama una crítica social en la que explotar los nuevas toxicidades que consumen al hombre, gracias a la evolución de las armas con las que la sociedad se ataca en la actualidad, enfrentando una poderosa imaginería milenaria con el universo 2.0 en el que estamos sumidos. Imaginativo, dialogante y reflexivo, el corto enfoca una conversación entre los grandes males como el fin de nuestra existencia.
Con The Microscope se inundaba la pantalla de sangre en un divertido y peligroso corto donde, con la simple idea de un científico observando desde su microscopio distintas bacterias, aparecía un bucle de autoconsumo e implementación científica con un toque de humor oscuro en el que el exceso era un premio y la ausencia de diálogo un acierto.
Jorge Yúdice nos ofrecía en Pisanka un trabajado ejercicio de género impulsado por la narración. Dos viejas amigas quedan a tomar un café. A plena luz del día y en un espacio público, el director sabe acrecentar la tensión mediante una conversación alarmante, donde los fantasmas cobran vida a través de las palabras de una de ellas. Sin grandes efectos, apenas detalles para cargar el ambiente, el terror y lo sobrenatural toman forma reflejados en el rostro de sus interlocutoras y de la idea del “hay algo detrás de ti”.
Llegamos a 10-33, premiado como Mejor cortometraje, donde Alexander Maxim Seltzer juega con la invisibilización de terror para componer su historia. Su título, tomado de uno de los códigos policiales, nos transporta a un cine y un tiroteo, pero son ideas contextuales al no contemplar nada de ello. Seguimos pues a una joven que va al baño y queda encerrada en un cubículo. Su interacción con el agresor a través de la puerta nos lleva por una paleta infinita de posibilidades pese a quedar estancados con ella en un pequeño cubículo. Su intercambio de palabras nos oprime y por el reflejo en el rostro de la joven incentiva prologar en nuestra mente todo lo que sucede a su alrededor. Ella como reflejo del atacante anónimo, del sinsentido y la falta de escrúpulos, que mide con cuidado el tiempo y los hechos para no volverse repetitivo ni ahogarse en esa mínima pero potente idea.
Desde Taiwán llegan los excesos con Part Forever, de fotografía impecable y malsanas intenciones. La muerte, la envidia y la lujuria nos sorprenden en una pequeña sala funeraria donde se siguen respetuosamente todos los rituales ancestrales de su cultura. Una hermana peina a la fallecida sin poder apartar la mirada de ella. A partir de aquí, volviendo a aprovechar el espacio único, la incomodidad toma presencia con los oscuros movimientos de la hermana, con enfermizas ideas y llamativos cambios de rol, en una pesadillesca atmósfera que va del elegante blanco y negro al subversivo y colorido entorno de neones. Puras artimañas visuales que visten un sencillo “relato familiar”.
El otro premio recayó en El semblante, mejor guion para Raúl Cerezo y Javier Trigales. Cerezo dirige el corto junto a Carlos Moriana, en un proyecto estudiado durante años con una jugosa ambientación en la época en la que la Santa Inquisición masacraba con justo por los pueblos españoles. Carlos Santos se desgañita en su papel de inquisidor que interpreta la tortura como un disfrute personal llevado a extremos insospechados. A través de la construcción de esos aparatos tortuorios, la vergüenza, la falsa interpretación de la brujería y la culpa se construye un relato intenso donde el terror tiene un rostro propio.
Una de zombies no puede faltar y este año era Rise & Shine el más llamativo. Un apocalipsis zombie asola Suiza y se encuentra con una trabajadora de gasolinera desencantada de la vida. A partir de aquí, una ocurrente sátira sobre la sociedad, los abusos laborales, la empatía y los coaching positivistas recordándonos, una vez más y en clave de humor, que todos nos movemos un poco como zombies por el mundo. Todo ello sin salir de la estación de servicios.
Con Never Want to Eat Churros! el terror infantil se vuelve achuchable en una película donde abundan las técnicas de animación, convirtiéndose en un escaparate original a través de las psicodelias alucinatorias de una niña que simplemente le ha pegado un mordisco a un churro. El museo del cuerpo humano a los ojos de una pequeña se transforma en una aventura creepy corta pero muy especial.