¿Qué pueden hacer dos hombres en un rancho?
Es una auténtica lástima que sólo realizadores de gran nombre puedan permitirse el lujo de que sus probaturas en otros formatos reciban idénticos recursos y atención mediática que sus largometrajes. Es una verdad categórica que conviene gritar a los cuatro vientos que los cortometrajes también son películas, y pueden contener tanto o más gran cine que un largometraje. Debemos por ello abrazar la anomalía que supone este estreno, de por sí una valiosa obra rica en sustancia para analizar. Tras su paso por las sesiones especiales del Festival de Cannes hace una semana nos llega Extraña forma de vida, que supone el primer encuentro del director manchego Pedro Almodóvar con el género del western (motivo suficiente para despertar cualquier curiosidad) y segundo trabajo filmado en lengua inglesa tras La voz humana, en este caso al frente de dos grandes talentos de la talla de Ethan Hawke y Pedro Pascal. Un sentido trabajo de emociones profundos y gestos sabios que hará las delicias de los aficionados de esta última etapa de depuración almodovariana. Un puro ejercicio de artificio y pasiones concentradas, que sólo podrá ser disfrutado entendido como boceto.
Conociendo la irreverencia iconoclasta de los primeros años de su carrera, es toda una sorpresa la sobriedad y respeto con la que Almodóvar se adscribe a los códigos del western. De hecho, ejerce ante todo como marco estético y, sobre todo, como delimitador de atmósfera y creador de subtexto. Unos paisajes, objetos y sonidos reconocibles que asientan el tono austero y hostil de un mundo donde los hombres no tienen permitido amarse. Pocos decorados y espacios naturales que en su grandeza simbólica remiten a un pasado, y esta melancolía casa perfecto con este micro-conflicto que no versa sino del proceso de cerrar una herida abierta, como no, en el pasado. Curiosamente es cuando el filme se plantea el desafío de afrontar la puesta en escena de estampas comunes del género cuando más patina: ciertos planos cerrados de los dos protagonistas montados a caballo chirrían por su movimiento, y la única escena de acción se planifica con torpeza. Western contenido y elegante en su clasicismo que guarda su provocación, así como su gran fortaleza, en su faceta de portentoso melodrama.
Nos encontramos ante un reencuentro que es pura historia de pasión. Un vis a vis de deseo y carnalidad en la que la sexualidad transpira por cada poro de la pantalla pese a ser elidida. Un cara a cara de fogoso amor contenido en miradas, despechos, caricias furtivas. Una discusión capaz de condensar en unos minutos el dolor concentrados y los remordimientos de décadas de añoranza, transmitiendo la sensación de haber presenciado tanto como los protagonistas esta historia de amor. Tan solo sus palabras nos llevan a un romance mas grande que la vida, cuya intensidad abrasiva resuena intacta si bien apenas duró un par de meses. El cine, en su mas sublime manifestación, también puede ser sólo esto: dos actores en plenitud de facultades dando vuelo a un texto. Unos notables Hawke y Pascal rebosan sentimiento y madurez, y el afecto se manifiesta entre ellos a través de gestos de convivencia y empatía tan propios de esta madurez conmovedora del manchego: hacer la cama, lavarse en la bañera, abrir un cajón en busca de ropa interior…la intimidad en sintonía allí donde en otra época se habría filmado desenfreno (no en vano, cierto flashback tórrido del pasado juvenil de esta relación, en el que Pedro cita un pasaje reconocible de su trayectoria, se planifica en una burda sucesión de acerados primeros planos).
Considerando la naturaleza híbrida del audiovisual contemporáneo, es pertinente indicar que el filme guarda unos evidentes rasgos de spot promocional de prendas de Saint Laurent, productor principal del corto. Y no debe ser esto entendido como una lectura negativa. Nos hallamos ante una pieza artificiosa, cercana a los códigos conceptuales de la última etapa de Almodóvar, alejada por completo de la realidad en un mundo propio de afectación histriónica y estética exagerada que ha creado rechazos contrastados en producciones recientes. Es una obra abierta, cuyo final abierto está llamado a producir amargor en el espectador que, si bien puede aceptar esta estrategia de sugerencia, lamentará la falta de esfuerzo por discurrir la narración hacia un punto mas catártico. Había sustancia para un largometraje, pero la obra resultante no habría sido necesariamente mejor, sino diferente. Nos encontramos ante un esbozo convencido de serlo, y bien está que lo sea. Pedro Almodóvar no llegó a filmar Brokeback mountain, todos salimos ganando. Si esta es la única incursión en el género, habrá merecido la pena.
Afectado, teatral y sucinto, Extraña forma de vida es una cobaya en formato corto con la que el venerado realizador español se prueba en el género cinematográfico por excelencia, que hasta ahora le era ajeno. Un experimento irregular que se podría haber pulido mas en la puesta en escena, pero lo suficientemente poético y resonante de verdad como para que merezca un visionado. Especialmente para los más fanáticos del realizador español.